30 sept 2005

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3 patitos, 222 fósforos de madera y 1 boludo

por: MàRiox!

Ayer a la madrugada, mientras calentaba el agua para hacerme un té, me quedé observando fijamente la nueva caja de fósforos que había comprado a la tarde en el supermercado. Allí estaba ella, arriba de la mesada de mármol de mi cocina. ¡Oh tan bella, sutil y fina acabada obra de arte que con tu rojizo color mis retinas hacéis irritar! (chupame la camiseta).

Pude notar en un instante una leyenda en el mismo frente de la caja: "222 fósforos de madera". Ahí recordé el por qué del nombre de la marca (Tres Patitos). Solamente un ¿ingenioso? juego morfológico entre el número 2 y el dibujo simpático de un pato. Debo confesar que se me salió un cacho de cerebro por la oreja luego de llegar a semejante conclusión.

Pero justo en ese instante fue cuando empezó a brotar de mí la característica humana y científica por naturaleza: la duda, es decir... las ganas de hinchar un poco las pelotas porque no tenía otra mejor cosa que hacer. Así que me dispuse a contar si verdaderamente la caja contenía en su interior los 222 fósforos de madera que prometía en su exterior, mientras la pava seguía transpirando en soledad.

Fui hasta el comedor con la caja en mi mano, prendí la luz y me senté en la silla más cercana, sin perder ni siquiera una milésima de segundo. Desesperadamente empecé con el conteo fosforístico. Mi pervertida mente se masturbaba con la idea de que la caja mentía con semejante cifra (222) y que defensa del consumidor lograría que Tres Patitos me provea durante 4 años con fósforos gratis (el sueño del pibe). Eso me motivó aún más a seguir el arduo trabajo de contar palito por palito.

Cincuenta y seis, cincuenta y siete... me esperaba una larga madrugada.
Cientoveinticuatro, cientoveinticinco... ya no tenía ni ganas de tomar ese té que engendró toda esta polémica interna en mí, a pesar de que el agua ya estaba hirviendo hacía más de 5 minutos.
Doscientos... ya quedaban pocos fósforos por ser contados, ¡¡¡el momento decisivo estaba llegando!!!
Doscientos veinte, doscientos veintiuno... se acabó la cuenta, mis ojos se abrieron tanto como los de Lupita Ferrer en alguna telenovela de la tarde. ¡Doscientos veintiún fósforos de madera!

¡Estafadores! ¡Vendepatria! ¡Cipayos traidores! ¡¿Qué diría Perón si estuviera vivo?! Mi indignación no tenía refugio. Sentí que todo un pueblo estaba siendo manoseado. Imaginaba a un hombre mayor que había trabajado toda su vida digna y honestamente encendiendo su cigarrillo, a la pobre señora ama de casa reemplazando el magiclick por los tan prácticos fósforos... ¡Estos fósforos sólo habían encendido rabia en mí! ¡Mucha rabia!.

El ruido del agua rebalsando en la pava me sacó de mi estado de ira, así que me acerqué hasta la cocina y apagué la hornalla. ¡Oh gran decepción cuando vi que yacía allí tirado al lado de la pava, tan indefenso como cruel, aquel fósforo de madera usado por mí minutos antes! El fósforo de madera número doscientos veintidós que acabaría con mi tesis, mi premio Nobel y mi provisión de 4 años de fósforos gratis.